Pregón 2003

Excelentísimo Señor Alcalde de la ciudad de Béjar, Excelentísimos e Ilustrísimos Señores, Presidente y Hermano Mayor de las Cofradías de la Santa Vera Cruz y Jesús Nazareno, amigos y hermanos cofrades de Béjar, bejaranos todos.La necesidad de comunicar experiencias e informaciones es una constante en el proceso evolutivo de la humanidad. La transmisión oral y escrita de noticias y aconteceres constituye la base de nuestra cultura; una cultura generada en la medida que asimilamos la memoria de los ancestros y somos capaces de legarla a las generaciones venideras. Y siempre como medio la palabra. La palabra, que nos permite conocer, expresar sentimientos, difundir sucesos. La palabra nos hace humanos y no es de extrañar, por ello, la hermosa aserción con la que Juan el Zebedeo principia su texto evangélico, el cuarto de los canónicos: Al principio de los tiempos existía ya la Palabra y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios (Jn 1,1). Jesucristo, el Hombre es la Palabra. La palabra nos hace esencialmente humanos y la humanidad de Dios es la Palabra.

El cristianismo es la única religión que admite la humanidad de Dios. Por eso el advenimiento de Cristo coincide con la plenitud de los tiempos, cuando la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros (Jn 1,14). Desde la fe cristiana no hay mayor ni más hermoso misterio que el de la encarnación de Dios. Creer que Jesús el Nazareno, uno de nosotros, que nació y predicó y murió en la Palestina romana mientras Augusto y Tiberio gobernaban el Imperio, creer que Jesús de Nazaret es el Señor, el hijo de Dios vivo, es profesar la fe cristiana. Asumir la encarnación allana los obstáculos para aceptar la misión salvífica de Cristo en nuestras vidas. Y esto, cofrades y amigos bejaranos, esto es la Semana Santa.

La transmisión de noticias y aconteceres ha estado siempre presente en las sociedades humanas. De múltiples maneras y con medios diferentes. En la intimidad de los hogares cuando todavía no había entrado al televisión, de forma sistematizada y con el soporte de la palabra escrita en los ámbitos académicos, a través de la prensa desde el siglo XVIII, con las cartas, el teléfono o internet, masivamente desde los medios audiovisuales... siempre, siempre ha existido la comunicación, porque sin ella no seríamos ni sapiens ni sociales. sin embargo, los momentos verdaderamente importantes se han anunciado constantemente revistiéndolos de un carácter solemne , o insertándolos dentro de una celebración ritual si éstos son periódicos. Así nacieron los pregones, con la finalidad de anunciar públicamente algo que interesaba al colectivo. Así también surgió el ritual del pregón de la Semana Santa. En Sevilla, porque en otro lugar no podría haber sido. En la Sevilla de la inmediata posguerra el académico y charlista Federico García Sanchiz tuvo la genial idea de organizar un acto destinado a convertirse en pórtico y exaltación de la Semana Santa. Un acto, entre religioso y cultural, que otorgaba a la palabra el papel de protagonista . Y después de tres años de tanteos, en 1942 el pregón de la Semana Santa de Sevilla, pronunciado por el polígrafo y maestro de la palabra José María Pemán, inauguraba el formato que prácticamente se ha mantenido hasta la actualidad. El éxito fue tan grande que el acto rápidamente se extendió por las principales ciudades de España.

El ritual del pregón de la Semana Santa se generalizó pronto y lo hacía con la pretensión de anunciar a los cofrades y a la comunidad de creyentes la inminencia del tiempo culminante en el calendario litúrgico. Pregonar la Semana Santa es, por tanto, una invitación, institucionalizada por la costumbre, cierto, pero una invitación a participar en la celebración litúrgica y una llamada a descubrir y a valorar, y a aprehender también entre nuestras vivencias espirituales, el verdadero sentido de las procesiones penitenciales.

El anuncio, ahora en Béjar, de que sólo queda una semana para recordar que Cristo padeció y murió y resucitó para salvarnos, puede hacerse de maneras bien distintas. El teólogo expondría y razonaría los misterios de la salvación; el hombre o la mujer de letras transmiten sus vivencias embelleciendo el discurso con la retórica más cuidada; sociólogos o antropólogos harían un enfoque de la Semana Santa desde el campo de sus respectivas disciplinas. El cofrade experimentado recorre las procesiones, dando cuenta de los secretos de su itinerario y de la belleza de las imágenes... El mensaje es siempre el mismo; todos coinciden, pero cada pregonero enfoca el anuncio de la celebración de la Semana Santa desde su experiencia personal y bagaje formativo. Ya en el caso de quien les habla, sin que ello signifique orillar la convicción cristiana ni la condición de cofrade, que siempre van por delante, sin tratar tampoco de exponer magistralmente una lección, porque el pregón debe ir dirigido prioritariamente a los corazones, permítanme, cofrades y amigos bejaranos, permítanme, un acercamiento a los orígenes y evolución de las cofradías de Semana Santa desde el campo que mejor conozco, que es el de la Historia.

Y esto es así porque la celebración popular de la Semana Santa en España ha sido históricamente protagonizada y canalizada por las cofradías penitenciales. Pero cuidado con esta afirmación; no puede desgajarse la historia de las cofradías -y consecuentemente tampoco del sentido de los desfiles procesionales- de su contexto religioso y antropológico. Es imposible llegar a comprender la implantación y desarrollo de las cofradías, que son asociaciones de seglares, si antes no se atiende al significado que en la liturgia cristiana tiene la Semana Santa y si antes no se considera la forma en que el pueblo se ha apropiado de ella y la ha interpretado. .Las cofradías se originaron desde el pueblo y fue el pueblo quien condicionó su evolución hasta dar lugar a las celebraciones que hoy conocemos. Y de este planteamiento general poco ha cambiado en la actualidad. El pueblo sigue siendo el auténtico protagonista de las manifestaciones de piedad que caracterizan el devenir cofrade.

Pensarán que lo que voy a decir a continuación está de más, que raya incluso la tautología. Pero ante el avance de los planteamientos reduccionistas que identifican la Semana Santa con las procesiones y que inciden preferentemente en su dimensión cultural y estética, buscando posibilidades económicas y turísticas, ante esta realidad conviene poner las cosas en su sitio y establecer como punto de partida la premisa verdadera. Y no es que esto sea malo, ni mucho menos. Incluso, si se hace adecuadamente pude ser bueno para la ciudad. Este es actualmente el caso de Béjar con su legítima aspiración a conseguir de la Junta de Castilla y León la declaración de "interés turístico regional". Y si la Junta de Castilla y León considera que las procesiones de Béjar reúnen las condiciones estéticas necesarias para recomendar a los viajeros que acudan a la ciudad y las contemplen, indudablemente que sería bueno para la ciudad. Sin embargo, los cofrades deben quedar al margen del proceso, dejando estas decisiones en manos de la administración. Nosotros, los cofrades, dediquémonos a lo nuestro , que es otra cosa. 

Por eso es necesario establecer prioridades, y ante el peligro de la generalización de los planteamientos reduccionistas a los que aludía, aunque resulte evidente, repito, parece obligado decir con rotundidad que la Semana Santa es, ante todo, por encima de todo, una celebración cristiana. En los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo se encierra la clave de la redención humana. Y la Iglesia anualmente lo recuerda. Era preciso que un Dios encarnado padeciese y muriese, que fuese inmolado como el último sacrificio, para poder salvar la ruptura que había supuesto el desorden, la naturaleza caída de la condición pecadora. La posterior resurrección es el triunfo sobre la muerte, la garantía de una vida futura, porque Cristo, el primero de los hombres, el Hombre por antonomasia, la ha vencido.

Y para conmemorar tan gran acontecimiento. Para actualizarlo, para abolir el tiempo transcurrido, como diría Mircea Eliade, para vivir siendo protagonista y no espectador, la Iglesia estableció unos cultos que se fueron enriqueciendo y concretando con el transcurrir del tiempo. La liturgia de la Semana santa, sobre todo la del triduo sacro, vendría a ser la celebración "oficial" de los misterios de la redención humana. Es algo institucionalizado, común al orbe católico, propuesto, a veces impuesto, por la jerarquía para todo el pueblo de Dios. Es una celebración que, hasta la reforma litúrgica del Vaticano II, aparecía ante los fieles pletóricos de belleza arcana, lejana, en la mayoría de los casos, a la comprensión de unos fieles que, carentes de la formación adecuada, no podían abarcar con sus mentes todo su significado.

El mensaje central sí se comprendía, o al menos se intuía. Cristo, el Hombre, había padecido, había muerto para salvar a la humanidad. Mas no sucedía lo mismo con una celebración litúrgica que relegaba a la feligresía al rango de receptor pasivo. Y el pueblo llano, en la demanda del protagonismo instintivo que toda actividad humana requiere, incluyendo las vivencias espirituales, comienza a buscar nuevas fórmulas de participación. Las expresiones de la religiosidad popular se van abriendo camino en el ciclo de Pasión y, sin renunciar a la espontaneidad que siempre las ha caracterizado, comienzan a organizarse , y con ello a institucionalizarse. Así, muchas de las actividades que surgen como alternativa van siendo toleradas por la autoridad para convertirlas en complementarias. Este es el proceso que, en palabra del querido y admirado profesor Rodríguez Pascual, podríamos denominar como una oficialización de lo popular, el fenómeno que suele surgir como una reacción al proceso anterior antes referido, que sería la popularización de lo oficial.

Nos encontramos, por tanto, que de forma paralela a la liturgia oficial, el pueblo participa también en las otras celebraciones de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Y participa en ellas porque las entiende mejor. Porque el hombre que sufre encuentra el paradigma en Cristo escarnecido, en el "varón de dolores" preconizado por Isaías en el cuarto cantar del Siervo de Yavé: He aquí mi siervo, dice el Señor por boca del profeta, he aquí mi siervo tan desfigurado que no parece ser hombre, que sube ante Yavé como un retoño, como raíz en tierra árida. He aquí a mi siervo, en él no hay parecer, carece de hermosura para que le miremos... He aquí a mi siervo despreciado y abandonado de los hombres, convertido en varón de dolores, familiarizado con el sufrimiento... pero él, él soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores, cargó con nuestros dolores mientras nosotros le tuvimos por castigado, herido por Dios y abatido. Fue traspasado por nuestras iniquidades, fue molido por nuestros pecados. El castigo de nuestra paz cayó sobre él y en sus llagas hemos sido curados. Andábamos errantes, como ovejas si pastor, siguiendo cada uno su camino , y Yavé cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros (Is 52, 13 . 53,6). Sí, el hombre que sufre, y el sufrimiento es constante en la historia de la humanidad, el hombre que sufre encuentra el paradigma en Cristo escarnecido. Este es el signo sensible que da sentido a las miserias de su vida. Cristo padeció y murió por todos; el hombre, a través de la penitencia, sublima su dolor uniéndolo al de Cristo a la vez que también aporta su cuota al sacrificio redentor.

Este proceso, enraizado en la expresión religiosa del pueblo, cristaliza durante los tiempos bajomedievales y deriva hacia diferentes manifestaciones paralitúrgicas. El siglo XII fue el de la gran renovación espiritual de la Edad Media y coincide con la asunción, por parte de los seglares, de un mayor protagonismo en el seno de la Iglesia.

Éste es, amigos bejaranos, el marco histórico en el que surgen las cofradías. En un mundo que se transforma y en el que ya no es novedoso ver al seglar participar en la vida religiosa. Pero la cofradía surge como un medio arbitrado por el hombre medieval para solucionar unos problemas concretos. Inicialmente no tenían una finalidad religiosa bien definida. La cofradía nace ante todo como un medio para ayudarse en la necesidad, mientras que el gremio defiende los derechos de la corporación. Aunque en los primeros tiempos a veces sea difícil separar las competencias de ambas instituciones, porque con frecuencia van unidas, lo cierto es que se van a ir delimitando, centrándose el gremio en las cuestiones laborales y la cofradía, como bien indica su nombre, que es confraternidad, hermandad, en las caritativas.

Las ventajas derivadas de estas fórmulas asistenciales llevarán a organizar otras instituciones con planteamientos similares, que nada tendrán que ver con los asuntos laborales. Las cofradías, por tanto, van a ir evolucionando hasta alcanzar, de manera paulatina, la especialización que la espiritualidad de la contrarreforma consagrará definitivamente en el siglo XVI. Esta especialización, siguiendo al antropólogo sevillano Isidoro Moreno y generalizando lo más posible, nos llevaría a hablar de cofradías sacramentales, de gloria y penitenciales. Las últimas cofradías, las penitenciales, protagonizarán con el tiempo los desfiles procesionales de la Semana Santa y la mayor parte de las celebraciones populares de la cuaresma y del ciclo de pasión.

Y en la configuración de las cofradías penitenciales, según puede deducirse del propio término, será decisivo el sentido penitencial de la vida religiosa, que también entronca con la renovación espiritual del siglo XII. La mortificación del cuerpo no era novedosa en la historia del cristianismo. En principio había sido una práctica de los eremitas que habían admitido también ciertas órdenes monásticas. Sin embargo hay que esperar hasta bien avanzado el siglo XI para constatar el empleo privado de la disciplina o flagelación. Los mismos papas la aconsejaron en ocasiones como medio excelente de expiación y como fórmula impetratoria de la clemencia divina. En la Península Ibérica, según demuestra documentalmente el historiador José Mª de Mena, tenemos constancia de que ya ene el siglo XII algunos laicos habían empezado a incluir entre sus devociones la penitencia corporal, en la que también quedaban incluidos los ayunos prolongados y otros tipos de mortificación física. Sin embargo, la práctica de la penitencia derivará en bastantes momentos hasta extremos escandalosos. En el turbulento contexto religioso del Occidente bajomedieval surgieron grupos disidentes que hicieron de la penitencia el medio preferido de alcanzar la salvación. El movimiento de los flagelantes es el más conocido de todos ellos, con esas multitudinarias procesiones en las que varios miles de personas, precedidas por el signo de la cruz, se iban flagelando hasta sangrar mientras entonaban cánticos penitenciales.

Los movimientos milenaristas son frecuentes desde el siglo XII, sobre todo en los momentos de dificultad. El siglo de la gran crisis medieval es el XIV. Aunque no constituyesen una novedad, los males apocalípticos del hambre, la guerra y la peste se concentraron en esta centuria e impactaron como nunca en una sociedad que desde el siglo XIII llevaba dentro de sí los gérmenes de la descomposición al entrar en crisis el equilibrio impuesto por el orden feudal. Los sistemas sociales y económicos, las fórmulas de gobierno que habían triunfado en los siglos centrales de la Edad Media, en su plenitud, ya no se ajustaban a la realidad existente. La sociedad formada por guerreros, campesinos y monjes había pasado a la historia. Y ante esta situación de crisis y desconcierto, las calamidades son interpretadas como un presagio del cataclismo general que se avecinaba, convirtiéndose la muerte en una obsesión para el hombre del otoño medieval. En palabras del gran historiador de las religiones ya citado, Mircea Eliade, la muerte impresionaba a la imaginación con más fuerza que la resurrección, plasmándose en una iconografía que muestra con precisión enfermiza las diferentes fases de descomposición del cuerpo.

A las calamidades se une la desorientación del pueblo de Dios. La sociedad necesita un consuelo que la Iglesia, sumida en uno de los episodios más críticos de su historia, en muchos momentos no sabe darle. Inmersa en el Gran Cisma de Occidente, la Iglesia latina tuvo que padecer la enorme vergüenza de ver sentados en la silla de Pedro hasta dos o tres pontífices que, sin el menor de los escrúpulos, hacían válido cualquier medio que pudiese garantizarles el solio. Al declinar el Medioevo el pueblo de Dios andaba errante, como ovejas sin pastor. Y se buscan nuevas alternativas. Y la religiosidad popular se manifiesta entonces en múltiples actos de piedad que el pueblo practica buscando expiar ese pecado tan grande que ha motivado la ira divina. Las llamadas a la oración y a la penitencia son continuas. El recuerdo de los flagelantes sigue vivo y se multiplican las procesiones de los disciplinantes. Triunfan nuevas devociones relacionadas con la pasión de Cristo, como las cinco llagas, la preciosa sangre y, fundamentalmente, el santo vía crucis.

El Santo Vía Crucis pasa a ser, por excelencia, la devoción popular de la cuaresma y de la Semana Santa. Desde finales del siglo XIV ya se practicaba en España. Se generaliza al siglo siguiente y en su formato más habitual, el de las catorce estaciones, está plenamente instituido desde mediados del siglo XVII. Así es como ha llegado hasta nuestros días, como una práctica piadosa en la que los fieles recorren en su imaginación, y si es posible además con el desplazamiento físico, los sucesivos momentos que protagonizó Cristo en su camino hacia el Calvario. Así también, de manera un poco más solemne que la habitual en las parroquias, los cofrades de Jesús Nazareno ofrecen a los bejaranos un vía crucis por las calles del barrio de la Antigua. Es un acto verdaderamente emotivo y simbólico que ansía recrear en Béjar la vía dolorosa. De esta forma la comitiva se desplaza hasta las murallas, llegando a esa emblemática puerta del Pico que por unos instantes queda trocada en la jerosolimitana cuyo umbral cruzó Cristo minutos antes de su crucifixión.

Igual que ahora en la Antigua el otrora Viernes de Dolores, esta práctica piadosa, la del vía crucis, ha incluido dentro de sí los actos expiatorios anhelados por el pueblo. Co la práctica del vía crucis, en el tránsito del Medievo al Renacimiento, se recordaba con sincera intensidad cómo Cristo, el Hombre por antonomasia, fue llevado a la muerte, después de un suplicio cruel y vejatorio, para lograr la redención del género humano. Él, Cristo, más que nunca se convierte en paradigma de la humanidad sufriente y confusa que protagoniza los albores de la Modernidad. Y el hombre que sufre se identifica con el Cristo sufriente, el varón de dolores veterotestamentario que anunció el más grande de los profetas. Y se une a él en su dolor, en un acto de solidaridad humana que sólo puede entenderse desde el desgarro existencial.

La iniciativa, o al menos la aceptación y generalización, de estos primeros actos extralitúrgicos ligados a la Semana Santa y a la práctica de una penitencia inexorablemente unida la pasión de Cristo es popular. Pero no podemos orillar la influencia que progresivamente fue adquiriendo un movimiento de renovación espiritual impulsado por algunos religiosos de diversas órdenes. Nos referimos a la "devotio moderna" surgida en Centroeuropa durante la segunda mitad del siglo XIV. Con ella se ofrecía una alternativa a esa práctica religiosa muchas veces constreñida por formulas afectadas de cierta superficialidad. El gran atractivo de la "devotio moderna" consistía en la "imitación de Cristo", es decir, interiorizar la vida religiosa con la práctica de la oración y actuar en el mundo siguiendo el ejemplo de Cristo. Pero para que esto fuese posible era necesario conocer la vida de Cristo. Y así es como comienzan a escribirse manuales para la meditación. Estos textos eran leídos por los predicadores populares y de ellos se servían para preparar los sermones con los que exhortaban al pueblo a la imitación de Cristo. En España, el más destacado predicador de finales del XIV y principios del XV fue san Vicente Ferrer, que también pasó por la provincia de Salamanca.

A partir de lo expuesto con anterioridad no es difícil entender cómo el ciclo de Pasión se convierte en el momento más idóneo para unirse al Cristo que sufre, compartir con él su dolor, purificarse del pecado y alcanzar la salvación. ¿Hay mejor momento, amigos bejaranos, que la Semana Santa para una auténtica y sentida imitación de Cristo? La iniciativa popular comienza a encauzase al amparo de una nueva espiritualidad, la derivada de la "devotio moderna", que también alcanza su paroxismo cuando se rememoran los más sagrados misterios de la redención. Al final del Medievo, el fervor espontáneo y descontrolado que brotó entre las convulsiones de la gran crisis se fue reconduciendo, en gran parte por la labor de los predicadores, hacia esa piedad realista y afectiva de la que hablábamos. La implantación de las nuevas devociones, aceptadas ya por la Iglesia, en buena medida es fruto de la convergencia entre la predicación y la imagen. Ante un pueblo deficientemente formado, como muy bien ha estudiado el profesor Ramos Domingo, sólo una evangelización que uniese lo conceptual con lo visual podría estar llamada a tener éxito. Para una mejor comprensión del drama es necesario verlo, hacerlo patente ante un pueblo que lo reclama. Por eso las imágenes se convierten en un elemento imprescindible de las procesiones. A la imagen del crucificado, que nunca podía faltar, se fueron uniendo otras para ir cubriendo los sucesivos episodios de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Y así, de esta forma, surgió en la península Ibérica una alternativa escultórica a las dramatizaciones en vivo de la Pasión. Los autos de la Pasión tuvieron enorme importancia durante la Baja Edad Media e inicios de la Moderna. En el antiguo reino de Aragón conocieron gran arraigo y en algunas localidades de Cataluña han logrado mantener la tradición. Pero en general fueron desplazados por las procesiones penitenciales, cuyas imágenes se hacían siempre siguiendo la normativa eclesial. Recientemente, y con notable éxito, se han reimplantado algunas de estas representaciones en nuestra provincia de Salamanca.

Pues bien, con todos estos elementos no es difícil razonar cómo las cofradías, que nacieron con una finalidad social fundamentada en la práctica de la caridad cristiana, se convirtieron en el medio más adecuado para organizar la mayor parte de la actividad seglar en el seno de la Iglesia. Ejercicio de la caridad y devociones se amalgaman y armonizan definitivamente. Las cofradías penitenciales centraron sus cultos en alguno de los misterios o momentos de la pasión de Jesucristo, sin olvidarse tampoco de su Madre Dolorosa. El aspecto penitencial naturalmente se mantuvo. Pero la práctica de la penitencia comenzó a ser regulada; todavía estaban muy recientes los excesos de disciplinantes descontrolados. Este proceso de normalización exigia la redacción de unas ordenanzas que debían ser sometidas a la aprobación del obispo o, en última instancia, pontificia. Así, a finales del siglo XV, nos encontramos ya con las primeras cofradías penitenciales aceptas y reguladas canónicamente. Aparecen como asociaciones de fieles que practican la caridad entre sí y que se unen al sufrimiento de Cristo en el tiempo que la Iglesia celebra los misterios de su pasión, muerte y resurrección.

De esta forma, la liturgia de la Semana Santa se prolonga en una paraliturgia que sale a la calle. El impulso definitivo llegará al siglo siguiente, cuando la Iglesia católica, purificada y reformada tras las convulsiones religiosas que tanto daño la habían hecho durante los últimos tiempos medievales, que culminaron en la ruptura protestante, asuma como algo muy positivo para el pueblo este tipo de celebraciones. Como todos ustedes saben, el eje sobre el que gravitan la espiritualidad y normativa de la reforma católica es el concilio de Trento.

El concilio de Trento no se ocupó directamente de la religiosidad popular, pero sus postulados incidieron en aquellos aspectos fundamentales de la doctrina católica que habían sido cuestionados por los protestantes. Y las cofradías resultaron ser las instituciones más adecuadas para llevar esta catequesis al pueblo Por eso se afianzaron, prosperaron y proliferaron. Las hermandades sacramentales cumplían el objetivo de exaltación pública de Cristo-eucaristía; las cofradías de ánimas rezaban por los difuntos, buscando acortar el tiempo de condena temporal que las almas debían aguardar en el purgatorio, y las múltiples cofradías de titulación mariana difundían hasta extremos increíbles la devoción a la Virgen. Sin embargo fueron las cofradías penitenciales las más beneficiadas. Trento había afirmado también el valor de las buenas obras en el economía de la salvación, el culto a la imagen por lo que representa y la necesidad de imitar a Cristo en todas sus virtudes, también en el sacrificio. El ejercicio de la caridad de nuevo era reivindicado y todas las hermandades hacían valer su tradicional aceptación de la exigencia evangélica. La imagen aparecía como un excelente medio catequético y las cofradías penitenciales tenían el más amplio repertorio y posibilidades iconográficas para explicar los más sublimes misterios de la redención. Y por último la práctica penitencial, patrimonio exclusivo de estas cofradías que desde hacía casi un siglo habían sido ya normalizadas por la Iglesia. Es palmario, por ende, que las cofradías penitenciales aparecían como un excelente medio para la consecución de buena parte de los objetivos señalados por el concilio de Trento. De ahí su éxito en España, el país que con mayor entusiasmo asumió los dictámenes conciliares.

Nuestras cofradías, igual que todavía una buena parte de la celebración litúrgica y sacramental, son herederas de Trento. Los postulados tridentinos las configuraron definitivamente, igual que sucedió con las procesiones de Semana Santa. Y así han llegado hasta nuestros días. En lo sustancial sólo podrían consignase los retoques derivados del concilio Vaticano II, aunque todavía puedan señalarse ejemplos de inadaptación al espíritu conciliar, sobre todo en aquellos que se refiere a la inserción del cofrade en los cauces ordinarios de participación en la vida eclesial.

La celebración popular de la Semana Santa en Béjar, igual que en cualquier otra ciudad de España, se fundamenta en unas cofradías que, como instituciones, corporativa y espiritualmente fueron concebidas en los tiempos bajomedievales, se normalizaron en la transición de la Edad Media a la Moderna y alcanzaron su madurez y expresión estética definitiva a partir del último tercio del siglo XVI, contribuyendo a la configuración y esplendor de ese periodo cultural que conocemos como barroco. No podríamos explicar el barroco español, ni la vida popular urbana, ni las relaciones sociales de muchos pueblos, sin las cofradías penitenciales.

La celebración popular de la Semana Santa en Béjar ha sido protagonizada y dirigida históricamente por la Cofradía de la Santa Vera Cruz. Así ha sucedido en la práctica totalidad de ciudades y pueblos donde sólo existió una cofradía. Hace doce años, en 1991, esta exclusividad en la organización de actos piadosos y desfiles procesionales quedó superada con la fundación de una nueva hermandad, erigida bajo la advocación de Jesús Nazareno y Nuestra Señora de las Angustias. La nueva y todavía joven hermandad ha enriquecido el panorama cofradiero de la ciudad, por su destacada aportación a la dignificación de los cultos y procesiones. Ambas titulaciones, la de la Santa Cruz y la de Jesús Nazareno, responden a la más genuina tradición de las cofradías de penitencia.

Las cofradías más antiguas son siempre las de la Santa Vera Cruz. Esta devoción, la de la cruz de Cristo, fue tempranamente difundida por los franciscanos, la orden erigida en Custodia de los Santos Lugares. Y la difundieron con prácticas piadosas, como el referido vía crucis, y promoviendo la fundación de cofradías bajo la advocación de la cruz. Allí donde estaban establecidos los franciscanos, desde finales del siglo XV y durante todo el siglo XVI se establecieron las cofradías de la Santa Cruz. Béjar no es la excepción. Aquí precisamente, en el convento de San Francisco hoy reconvertido en Centro Municipal de la Cultura, fue establecida canónicamente la cinco veces centenaria Cofradía de la Santa Vera Cruz. Con ello los franciscanos trataron de difundir en Béjar el culto a la cruz redentora de Cristo. La "devotio moderna" había sido transmitida al pueblo por las órdenes religiosas y en la "imitatio Christi" los franciscanos siempre mostraron una fuerte devoción hacia la pasión del Señor, que en palabras de Fermín Labarga, se tornaba en el momento óptimo para fomentar la empatía con el Redentor. De esta forma la iniciativa franciscana en Béjar, como en el resto de ciudades hispanas, obedecía a un plan preconcebido para la evangelización.

La otra cofradía, fundada muy recientemente, responde a la advocación que más éxito tuvo durante el siglo XVII. La devoción a Jesús Nazareno se centra en un momento muy concreto de la pasión de Cristo, la cruz a cuestas. No es tan antigua como la de la santa cruz. Hasta la generalización del vía crucis no se dio importancia a este incidente, pues conviene tener en cuenta que de las catorce estaciones tradicionales ocho se refieren a este momento, detallando caídas, encuentros y otras vicisitudes. Las primeras imágenes de Jesús Nazareno fueron encargadas para colocar en las iglesias, pero desde finales del XVI son las cofradías quienes las piden para integrarlas en sus desfiles procesionales, de manera que al siglo siguiente se fundaron por toda España congregaciones con esta titulación. La imagen que actualmente procesiona en Béjar encuadra a la perfección con la tipología barroca, de manera que su datación en el siglo XVII no hace sino confirmar esta corriente devota tan propia de la piedad tridentina hispánica.

La devoción a la Virgen María, para terminar, también experimentó un desarrollo espectacular al amparo de los consejos tridentinos. A diferencia de Andalucía, las cofradías castellanas son más cristológicas que marianas, pero no por ello la Madre queda olvidada en los desfiles de penitencia. En la Semana Santa la Virgen aparece como la Madre Dolorosa, recordando sus siete dolores, llorando con el hijo muerto en el tema de la Piedad, ensimismada en su soledad o abierta a la esperanza de la resurrección. La Hermandad de Jesús Nazareno también lo es de Nuestra Señora de las Angustias, correspondiendo en Béjar esta segunda advocación a una Piedad del siglo XVIII, posiblemente de Alejandro Carnicero, que bien puede considerarse como la joya artística de sus procesiones. Y por lo que se refiere a la Soledad de María, como muy bien saben ustedes, la Semana Santa bejarana y la Cofradía de la Vera Cruz están de enhorabuena al contar desde este año con una nueva imagen de Nuestra Señora. La imagen, realizada por el imaginero Vicente Cid, está ligeramente inspirada en la que el genial Mariano Benlliure realizó para la cofradía de Nuestra Señora de la Soledad de Salamanca. Estamos convencidos de que esta nueva imagen de Nuestra Señora, al cabo de no muchos años, será un referente para la religiosidad popular mariana en Béjar, pues por esa reacción solidaria tan humanamente comprensible, la Virgen de la Soledad siempre es una de las más queridas entre el pueblo noble y sencillo.

Queridos cofrades, amigos bejaranos. Decía al principio que el pregón de la Semana Santa, viene a ser el pórtico oficial de esta celebración tan arraigada en nuestro sentir religioso y cultural. Es una exaltación de la Semana Santa que el pregonero orienta de una u otra forma, según sus recursos y capacidades. Mis palabras han querido ser una llamada a la reflexión sobre el origen y sentido de unas instituciones, las cofradías penitenciales, y de unos desfiles procesionales que prolongan y complementan la celebración litúrgica de la Semana Santa. En el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, publicado el año pasado por la Santa Sede a través de su Congregación para el Culto Divino, en este documento, la Iglesia invita a los cofrades a superar el paralelismo que durante mucho tiempo ha existido entre las expresiones de la religiosidad popular, como son procesiones, novenas o vía crucis, y la liturgia de la Semana santa. No se trata de elegir entre uno u otro. Sería absurdo y contraproducente pedir a los cofrades que dejasen de organizar procesiones para asistir a las celebraciones litúrgicas. No pueden despreciase las expresiones más sinceras y espontáneas de la piedad popular durante el ciclo de pasión; lamentable y equivocadamente lo hacen algunos pastores y bastantes seglares que se consideran a sí mismos cristianos de primera. Pero ojo, tampoco debe darse por buena la actitud de quienes creen cumplir con el compromiso derivado de la fe cristiana que dicen profesar, no puede aceptarse sin más que la participación en una procesión, o en un vía crucis, o en un triduo o besapié sustituya a la celebración litúrgica. Hay que saber armonizar, dice el Directorio, las celebraciones litúrgicas y los ejercicios de piedad. En la Semana Santa, el amor y cuidado de las procesiones y los otros actos de piedad deben llevar, necesariamente, a valorar las celebraciones litúrgicas sostenidas, ciertamente, por los actos de piedad popular.

Ambas dimensiones tienen su sentido y deben ser complementarias. Nunca excluyentes. Por eso, hermanos cofrades y amigos bejaranos, el objetivo de este pregón ha sido exaltar la dimensión popular de la Semana Santa buscando su sentido primordial. Cofradías, penitencia y procesiones tienen su sentido, y en la medida que lo conozcamos y valoremos podremos reivindicar la continuidad de su vigencia en los umbrales del tercer milenio.

En un mundo que se seculariza, ser cofrade es vivir y hacer vivir una dimensión de la fe que abiertamente testifica que Cristo padeció y murió para salvarnos. Unir la vigilia pascual, como se hace en Béjar, a la procesión nocturna del encuentro de Cristo resucitado con su Madre, María Santísima, es un hermoso ejemplo de esa complementariedad entre la celebración litúrgica y la religión popularizada. Lo vivido e interiorizado con la comunidad durante la celebración pasa a ser exteriorizado y difundido y proclamado mediante el desfile procesional. Por eso, en la pascua popular continúan resonando, y hoy lo hacen como nunca, las palabras que siguen a la consagración, el momento culminante de la celebración litúrgica. Y esto tiene mucho valor y la Iglesia no puede ignorarlo. Con Cristo crucificado, con Cristo resucitado y glorificado, los cofrades prolongamos en las calles y plazas la plegaría eucarística: ¡Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús. Aleluya. Aleluya!

Muchas gracias

Francisco Javier Blázquez